"Zonas" de Antonio José Royuela
Zona cero y zona gaseosa
La primera parte
(Zona Cero) es potentísima. Resulta muy difícil leerla y no darnos por
aludidos; me parece una exquisita forma de acercarnos a los rincones de nuestra
realidad social e intentar comprender nuestras pequeñas
fallas cotidianas. La pluma de Antonio es directa y le sirve para
denunciar los desahucios, la pobreza, la xenofobia, las leyes injustas. En este
comienzo hay extractos escalofriantes y construidos con una rigurosidad poética
extrema. No hay forma de comenzar este libro y abandonarlo, porque cuando una
lectura habla de nosotros mismos y nos hace ver nuestras propias miserias, se
vuelve imprescindible y se pega a nuestra cabeza de forma irremediable.
Royuela ya ha dado
sobradas muestras de su talento poético; y seguramente su faceta erótica sea la
más conocida y aplaudida por todos, por lo que es necesario avisarles a todos
que este poemario incluye un compendio de poemas vaporosos (o que provocan
vapores) y se encuentran reunidos en la segunda parte (Zona Gaseosa). Poemas
intensos y pícaros que reforzarán las expectativas de los lectores.
Zona sólida y zona sin clasificar
Por dura que sea la vida
siempre hay luces que se encienden para nosotros; para volvernos más capaces de
sobrevivir, más preparados para la vida. Palabras que lo motivan a Antonio a
componer esta tercera parte del poemario (Zona Sólida) donde escribe sobre su
madre, sobre su cuñado Alfonso, sobre esas criaturas que lo han ayudado o cuyas
realidades le han servido para reflexionar y, posiblemente, para volverse más
fuerte. Hay en toda esta parte un deseo profundo de aferrarse
a los instantes, de hacer de cada día un mundo. Sin embargo,
encuentro también la rabia de la pérdida que siempre se escapa (o se aparece)
en los momentos menos indicados.
“Zonas” es un
poemario que me ha sorprendido positivamente. Si bien muchos de los poemas ya
los conocía, encontrarme con una obra tan bien amalgamada
me hizo descubrir que lo mejor para un buen poema son sus compañías y
en este caso, Antonio ha sabido elegir buenas compañías para cada uno de sus
versos.
POEMAS
Enamorarse
era esto:
desertar de las luces de la noche,
ordenar la espera, pedir música que no
conocía,
mudar las células
en
la maldición de las hogueras,
asumir las prerrogativas de un tiempo
incorrecto,
incluso,
limpiar de residuos la malla que hacia
de sustento.
La teoría de la salvación y sus
trampas cíclicas
quiénes
éramos, qué pretendíamos. Tal vez eso, enamorarse:
acaso la verdad cómplice del amor,
acaso el aniquilamiento de las
estrellas,
o
tal vez,
adivinar las imposibles virtudes que
apagan la débil llama de la razón.
Pensad en sus trampas.
¿Unos cuerpos boca abierta? ¿La palabra que arde en los labios?
No hay aquí un arriba y un abajo
absolutos.
Es
mi sueño.
Quizá reescribir las mismas huidas.
Doblegarse una y otra y otra vez.
Te quiero,
ocho fonemas para los aduaneros del
mar.
Hasta mi corazón transparente solo el
amor hablará de amor.
Sí,
conozco sus tretas y digo que
enamorarse era esto:
incapacidad para negarme,
firmar un armisticio tras convocar un
consejo de guerra
y lo que es más asombroso aún,
elegir
entre alimentarme de sueño o de sueños.
Ya nadie muere de amor.
Juro que me enamoré,
y
nadie me avisó de que enamorarse era esto.
Desahucio
Un
desahucio es hijo del padre,
saqueador
de bolsillos,
el
edicto de quienes venden gato por liebre
ante
la indiferencia de los que dicen adiós
después
de prometer para siempre.
En
un desahucio
intervienen
leyes trasnochadas e injustas,
la
necesidad de un derecho conculcado,
demasiada
lluvia y extrema fragilidad.
En
un desahucio
cabe
el grito silencioso del humillado,
el
esperma arrojado a un espejo roto,
habitaciones
que guardan rencor
y
la voluntad firme de modificar un guión errático.
Pero
también cabe
la
balada sobre la nuca del otro,
el
tiempo que pasó deprisa y se quedó
atrapado
entre los muros
o
el vocabulario propio de unos muebles
que
protegen las banderas allí levantadas.
En
un desahucio
se
maltrata la intimidad de un cajón
con
pequeñas cosas que son herencia y legado
de
toda una vida.
Todo
aquello que no forma parte del inventario,
que
se almacena en la memoria de unos labios,
de
unos ojos o de una piel reseca
en
el intento de cocinar felicidad.
En
un desahucio
sobra
la letra pequeña de un impreso
cobarde
y asesino,
las
corbatas de usureros
que
no combinan con el color de las paredes
y
el triste espectáculo de la degradación
pública
de un sueño.
¡No
más desahucios!