Antonio Daganzo: "El arte debe alejarse de lo banal, que no sirva a intereses espurios"
Mozart decía que
la creatividad es el disparo del alma. Las obras de arte son un gozo eterno
que, una vez creado permanece perpetuo y esperando a que se lea, se observe, se
escuche. Divulgar la inspiración de los artistas, supone un trabajo paciente y
perseverante, especialmente en una sociedad que pareciera que cada vez se aleja
más de la admiración de la belleza. Pero siempre hay esperanza, existen esas
personas que crean y pregonan la belleza como lo hace Antonio Daganzo (Madrid, España, 1976) poeta, narrador, periodista licenciado
por la Universidad Complutense de Madrid, y divulgador cultural y musical.
Premio de la Crítica de Madrid-2015 por su poemario Juventud todavía, del mismo año (también Premio “Sarmiento” de
Valladolid en 2017). Premio de Narrativa “Miguel Delibes” de Valladolid-2018
por su primera novela, Carrión
(2017). Anteriormente vieron la luz sus poemarios Siendo en ti aire y oscuro (2004), Que en limpidez se encuentre (2007), Mientras viva el doliente (2010; Libro recomendado por la
Asociación de Editores de Poesía, con tres ediciones en España, y reeditado en
Ecuador en 2014) y Llamarse por encima de la noche (2012),
editado en Chile. Presencia en antologías: Agua, símbolo y memoria (2006), 12+1: una antología de poetas madrileños
actuales (2012), Foto Verso
(2017) o Sonetos para el siglo XXI
(2017). Versos y relatos de su autoría han aparecido en revistas españolas e
iberoamericanas, y ha brindado recitales en destacados foros. Como narrador, su
cuento ¿Qué tal Mozart? fue traducido
al alemán, en Salzburgo, Austria, en el marco de las celebraciones de 2006 por
el 250º aniversario del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart. En 2014 apareció
su ensayo Clásicos a contratiempo,
divulgativo de la música clásica.
Y ciertamente que con esa excelente
bitácora profesional decidimos hacerle algunas preguntas sobre su trabajo, sus
gustos e inspiraciones.
¿Cómo comenzó el gusto tan apasionado por la música?
Al haber sido un lector muy
precoz de gran literatura, mi filarmonía empezó a tomar forma, en torno a los
quince años de edad, por mi imperioso deseo de encontrar un lenguaje de poder
expresivo análogo. Felizmente, y después de algunos tanteos, lo hallé en lo que
comúnmente se denomina “música clásica”; la música que no rehúye ninguno de sus
elementos constitutivos, desarrollándolos al máximo, y que, además, permite apreciar
la evolución de dichos elementos a lo largo de siglos de historia. Otras
manifestaciones musicales que me interesan son el jazz, la bossa nova –la más
sofisticada, encantadora y maravillosa música popular urbana que conozco, todo
un milagro- y ciertas parcelas del flamenco, sobre todo instrumental –tras las
revoluciones armónicas culminadas por Paco de Lucía o Manolo Sanlúcar-.
¿Qué debe tener el arte, para ser llamado así?
Vigor expresivo, hondura
semántica; una extraordinaria capacidad de interpelar al espectador, al lector,
al oyente. De conmoverlo por su fondo, pero fundamentalmente porque la forma ha
acertado a potenciar ese fondo cuya comunicación ha de ser necesariamente
artística. Al arte le pido que se aleje de lo banal, que no sirva a intereses
espurios, que posea el extraño y privilegiado rigor del desgarramiento. Y el
arte de hoy que más me cautiva es aquél capaz de ofrecer una visión
fecundamente crítica de su propio lenguaje.
“CLÁSICOS A CONTRATIEMPO”
¿Qué te inspiró a escribir los “Clásicos a contratiempo”?
En realidad, “Clásicos a
contratiempo” es más que el concreto ensayo musical que vio la luz en 2014: es
un proyecto de largo alcance, cuya primera manifestación tomó la forma de un
programa radiofónico, en antena durante doce años, de 1996 a 2008. En 2009, y
desde mi editorial de referencia en España, Ediciones Vitruvio, recibí el
encargo de transformar en un libro todo aquel bagaje divulgativo. Después de
tres años, casi cuatro en realidad, de trabajo tan duro como apasionante, pude
dar a conocer un ensayo de quinientas páginas, estructurado en una amplia
introducción, veinticinco capítulos dedicados a compositores extranjeros (“Los
caprichos de Euterpe”, desde Claudio Monteverdi a Arnold Schönberg), otros diez
dedicados a compositores de mi país (“Los caprichos de Euterpe por España”,
desde Tomás Luis de Victoria hasta Cristóbal Halffter, con la recuperación de
la figura de Antonio José) y unas conclusiones a modo de epílogo. En octubre de
2014, la gran revista “Scherzo”, publicación española señera en el ámbito de la
música clásica, saludó la aparición de “Clásicos a contratiempo” con una reseña
titulada “La divulgación bien entendida”. No pudimos tener mejor confirmación
de que, felizmente, habíamos acertado en todo; no sólo yo como autor, sino
también la editorial al haber apostado por un proyecto de semejante naturaleza,
e igualmente la artista Eugenia Ábalos, responsable de las ilustraciones que se
incorporaron al libro.
En tu libro haces un espectacular repaso por compositores españoles. ¿Crees
que hay una deuda de parte de la audiencia o de los programadores de conciertos
de los teatros españoles para sus coterráneos?
Absolutamente, y es triste,
penosísimo constatarlo. Con “Los caprichos de Euterpe por España”, la sección
de “Clásicos a contratiempo” dedicada a este complejo asunto, he querido poner
mi particular granito de arena para paliar, en la medida de lo posible, tan
injusta situación. Es increíble que en las salas de concierto de mi país, y
sólo por poner algunos ejemplos, no se programen con asiduidad las sinfonías de
Pedro Miguel Marqués, “el Beethoven español”, o poemas sinfónicos de grandeza
tan sorprendente como “Excelsior”, de Felipe Pedrell, o “La Orestiada”, en tres
partes, de Manuel Manrique de Lara. Es increíble que en los teatros de ópera de
mi país no sean ya caballo de batalla las fabulosas óperas inglesas de Isaac
Albéniz, singularmente esa obra genial que es “Merlín” –torpedeada, además, por
una parte de la musicología “oficial”, que incurre así en un ridículo mayúsculo
y en una torpeza infinita, por no decir algo peor-. Recién ahora estamos siendo
conscientes de que, en el ámbito musical, contamos con una figura similar a la
de Federico García Lorca, el compositor burgalés Antonio José, asesinado
igualmente en 1936 y por los mismos motivos.
¿Cuál es el periodo musical que a ti más te apasiona?
Siento predilección por
todo el final del Romanticismo y la paulatina llegada de la modernidad.
Aquellas décadas finales del siglo XIX, y aquellas otras, las primeras del XX,
efectivamente me apasionan. Que los colosales “Gurrelieder” de Arnold Schönberg sean tan importantes no
sólo en “Clásicos a contratiempo”, sino también en mi novela “Carrión”, habla
muy a las claras de esta predilección mía.
Existen estudios que muestran que cada vez es menos la gente que acude a
eventos culturales, que no lee libros y claramente que no asiste a conciertos,
y algunos nunca en su vida han visto una ópera. ¿Cuál es tu visión frente a
esto?
La situación que describes
es el trágico triunfo de la banalidad. La adoración al dinero ha acabado
convirtiendo la cultura, desde cierto punto de vista muy extendido por
desgracia, exclusivamente en un bien de consumo, y las dinámicas capitalistas
necesitan productos de entretenimiento, sujetos a características muy
determinadas de simplismo; productos, por cierto, que dejen la menor huella
posible, para asegurar así la continuidad de un consumismo aniquilador.
Productos de entretenimiento, insisto, no manifestaciones culturales de calado.
La única opción que nos queda frente a un panorama semejante es resistir, pero
debemos resistir con inteligencia. Debemos aprovechar cada resquicio, cada
rendija que el sistema deje sin cubrir para fomentar el gusto por la cultura de
calidad.
¿La selección de músicos que hiciste para “Clásicos a contratiempo” responde
a una selección personal o a una selección necesaria para entender la música
clásica?
Más a lo segundo que a lo
primero, y con ello no quiero decir que los treinta y cinco compositores que
cuentan con capítulo propio en el libro no resulten de todo mi agrado. Al contrario:
adoro sus obras, y sus trayectorias biográficas me fascinan. Lo que quiero
decir es que me habría encantado que músicos como Grieg, Bruckner, Bartók,
Rachmaninov, Mussorgsky o Puccini hubieran contado con su semblanza propia.
Pero eso habría propulsado “Clásicos a contratiempo” hacia la prolijidad de las
mil páginas, lo que, muy posiblemente, hubiera dificultado a los lectores la
comprensión certera de un panorama evolutivo. En cualquier caso, Grieg,
Bruckner, Bartók, Rachmaninov, Mussorgsky, Puccini, y tantos, tantos otros son
citados, y más que citados, a lo largo de las quinientas páginas de “Clásicos a
contratiempo”.
Actualmente vivimos en una época donde la música atonal es común en
escenarios; algunos expertos consideran que se pierde la esencia de la música,
la armonía, mientras que otros apuntan a que es el desarrollo natural de ésta.
¿Cuál es tu opinión al respecto?
Personalmente me gusta
tanto la música atonal como la tonal, siempre y cuando estemos hablando de
buena música, de gran música. Coincido con quienes ven en esa evolución algo
lógico –yo diría también algo deseable-; no coincido con quienes siguen
creyendo que el atonalismo libre, o el dodecafonismo, o el serialismo integral
sean caminos de no retorno. La prueba está en que muchos de los compositores de
hoy han vuelto los ojos hacia “modalismos” muy personales; es decir, hacia
determinadas y propias ordenaciones de los sonidos, y de los intervalos entre
ellos, a partir de las cuales poder estructurar todo un lenguaje renovador. En
este sentido, lo que Béla Bartók llamaba “cromatismo polimodal”, para describir
su música, ha resultado altamente profético.
“CARRIÓN”
¿Qué prefieres, poesía o narrativa?
Me es difícil contestar
esta pregunta en términos de preferencia. Sí puedo decirte que, ante todo, me
siento poeta, y que mi mayor fluidez discursiva a la hora de componer poesía
responde fundamentalmente a ese hecho. Fíjate en la palabra que he utilizado:
“componer”, no escribir. La poesía sería mi forma de orientar abiertamente mi
creación hacia procesos musicales. Pero claro, también me encanta narrar, me
encanta fabular, y, de hecho, mis primeros trabajos en el campo de la
literatura, que se remontan a mi adolescencia, fueron relatos. Dicho de otro
modo: escribí narrativa antes que poesía. Qué curioso: después de ver
publicados cinco poemarios, y del amable reconocimiento que se ha dispensado a
mi labor poética, ahora “Carrión”, mi primera novela, Premio de Narrativa
“Miguel Delibes” de Valladolid-2018, aviva mi paralela conciencia de narrador
como nunca antes.
En tu novela” Carrión” el tiempo es un hilo fundamental en la historia. ¿Crees
que arte y tiempo van de la mano?
Me parece precioso que
hayas reparado en el tiempo como un elemento fundamental de “Carrión”. Es bien
sabido que venero a Thomas Mann y Marcel Proust, y nunca olvido la forma en que
tales genios manejaron el tiempo en novelas como “La montaña mágica” o la
monumental “Recherche”. La ciencia nos ha demostrado ya que pasado, presente y
futuro en realidad no existen, y el arte, con sus descubrimientos, con sus
epifanías, me parece el mejor lazarillo a la hora de guiarnos por este camino
tan difícilmente comprensible para nuestra limitada percepción; por esta
textura hecha de emociones y revelaciones que vamos viviendo. El hecho de que
pasado y presente, y el futuro también de manera implícita, se abracen con
tanta intensidad en las páginas de la novela, gracias al personaje de la palentina
María Cuadrado, “la de orillas del Carrión”, tiene que ver absolutamente con
todo ello.
¿Cómo creaste los personajes de “Carrión”?
Mis personajes nacen de una
dialéctica que, desde el principio, encontré muy fecunda: son personajes llenos
de aristas que han de moverse en un escenario de melodrama, cuyas convenciones
en principio harían pensar en tipos de una pieza. Así que, sin duda, uno de los
mayores pilares de la reinvención, de la refundación del melodrama que he
planteado con mi primera novela es precisamente esta dialéctica entre
indagación psicológica y heredadas reglas de juego. El resultado aboca a esa
mirada crítica desde el propio texto, desde el propio arte en acción, que es
síntoma de modernidad e incluso de posmodernidad, y que a mí me gusta tanto.
¿Cuánto hay de ti en Rosendo o Juan Lucas?
El joven Juan Lucas de
Castro tiene cosas mías, en principio de manera deliberada –su pasión por la
música, su vocación poética-, pero también tiene otras tantas que en absoluto
me pertenecen, lo cual vendría a demostrar hasta qué punto la literatura es un
territorio donde la creación campa a sus anchas hasta el extremo de sorprender incluso
a su propio responsable, el autor. Con el personaje de Rosendo de Castro, tío
abuelo de Juan Lucas –y como dije desde el mismo día de la presentación oficial
de “Carrión” en Madrid, el 15 de septiembre de 2017-, he querido rendir
homenaje a mi propio tío abuelo, fallecido en el célebre accidente ferroviario de
Torre del Bierzo, del 3 de enero de 1944, la mayor tragedia de la historia del
ferrocarril en España. Rosendo de Castro vive y vivirá siempre, en las páginas
de “Carrión”, la existencia que a mi Rosendo, al Rosendo de mi propia familia,
le fue hurtada.
¿Podría “Carrión” convertirse en una ópera?
Es verdad, el tono de
vehemente lirismo que preside muchas de las páginas de “Carrión” puede apuntar
hacia la ópera… Pero es tan fuerte ya la presencia de la música en la obra, que
resulta difícil imaginar otros sonidos en torno a ella que no sean los de las
zarzuelas veneradas por Rosendo y su amigo Paco Mencía, o los contenidos en los
portentosos “Gurrelieder” de Arnold Schönberg… Lo que sí creo es que “Carrión”
podría convertirse en una película; como una adaptación libre de la novela que,
en todo caso, respetase su tono y su calado de melodrama.
Marijo Mattus