Pedro De Paz: Versatilidad literaria




El nombre de Pedro De paz en la literatura suena a diversidad, a misterio, prosa y verso. Escritor desde el alma su escritura intimista es una ranura a su esencia, a sus pasiones.
Nace en Madrid, 1969. En el año 2003 escribe su primera novela, El hombre que mató a Durruti (Germanía, 2004). Ese mismo año, la novela se erige, por decisión unánime del jurado, en ganadora del I Certamen Internacional de Novela Corta «José Saramago». El interés suscitado por la obra provocaría que un año después la novela fuese lanzada al mercado anglosajón (Christiebooks, 2005). Desde entonces no ha dejado de desarrollar su faceta literaria teniendo en su haber, amén de la participación en diversas antologías colectivas de relatos, la publicación de las novelas Muñecas tras el cristal (El Tercer Nombre, 2006), El documento Saldaña (Planeta, 2008) —su mayor éxito hasta la fecha— y La senda trazada (Algaida, 2011) —Premio Internacional de Novela «Luis Berenguer»—. Traducidas a diversos idiomas —inglés, italiano, ucraniano, griego—, sus novelas vienen reeditándose de forma regular hasta la fecha.

Agotada —exhausta más que agotada— su etapa narrativa, desde el 2012 ha encontrado acomodo en la inmediatez, la evocación, la economía lírica y la concisión emocional de la poesía y la prosa poética, orientando desde entonces sus esfuerzos hacia este ámbito y siendo el poemario Caricias de fogueo (Grupo Tierra Trivium, 2019) el resultado —el primero de ellos— de dicha evolución






SOY


Sé lo que soy. Lo que siempre fui.

El perejil que estropea todas las salsas,
un oasis fuera de servicio por obras,
el plan de contingencia en tiempos de paz,
el ajuar mortuorio de Lázaro,
la antorcha olímpica en años impares,
el mapa plegado por los dobleces equivocados,
la cicatriz de una herida inconclusa,
Coney Island cerrado por vacaciones,
una guitarra con dos cuerdas rotas,
el filo mellado de infinitas madrugadas,
un amor de otoño olvidado en la recámara,
el mensaje de una galleta de la fortuna
     servida de postre en el Titanic...

Pero cuando me miras a los ojos
y sonríes
y susurras que,
además de todo eso,
también soy lo que queda tras la tormenta...

Sólo sé
que en ese instante
ni deseo ni necesito ser nada más.




EQUIPAJE


Un corazón de extrarradio,
la mirada de un lobo viejo,
un par de versos afortunados en un bolsillo,
la devoción del converso,
la cautela del gato que huye del agua fría,
costurones en la piel,
las cenizas de algún recuerdo,
frío en los huesos,
las manos extendidas por si saltas del trapecio,
una espada astillada,
y una reverencia versallesca.

Lo cierto es que no es un gran equipaje
salvo para el que no tiene
        mucho más que ofrecer.

Pero es tuyo si lo quieres.






EL DESVÁN DE LA DESMEMORIA


Hay recuerdos que,
mucho más allá
de la sucesión de errores
propios y ajenos
que tocó asumir,
siempre merecerán la pena.

Siempre.

Pero ello no evita que
sintiéndote rodeado de momentos rotos
decidas un día hacer limpieza
y subir los juguetes viejos
    al desván de la desmemoria.





SOMBRAS FUGACES


         Nunca resultó ser momento en ese mundo a dos tiempos cuyas fronteras transitábamos por aceras opuestas. Tu paciencia siempre superó mi escepticismo y gracias a ello asaltamos los muros de aquel palacio de invierno en cuyo húmedo empedrado resonó nuestra curiosidad durante alguna fría tarde de noviembre. Pero aquel espejismo no fueron sino sombras fugaces en las que flotaba en suspensión la ceniza de corazones abrasados por distintos infiernos, incombustibles todos. Y sin dudar de que el sentimiento fuese sincero sospecho que no era veraz.

         Y ambos, supervivientes y bajas a un mismo tiempo de una batalla que nunca fue la nuestra, tomamos la decisión sin más consejeros que nuestros propios fantasmas reunidos en asamblea. Nadie disparó el último cartucho aunque ambos resultásemos heridos. Y la mejor opción fue despedirnos para siempre y retirarnos a lamer aquellos costurones que nunca terminaron de cerrar.

         Mejor así.

         Porque hay cicatrices de las que no se sobrevive. No por la herida que albergan sino por la gangrena que esconden.

         Que esconderán durante tantas vidas como seas capaz de vivir. O fingir.






                                                                      Aquarellen 

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